Cuando era más joven que ahora (y no vale reirse que el concepto ha cambiado mucho) tenía un amigo que cuando salíamos a intentar ligar, utilizaba los colores como vehículo para conseguir nuestro objetivo. Se fijaba en el color de la ropa que llevaba una chica y decía: a la de amarillo, que te pillo...a la de rojo, que te cojo...
En fin, como el concepto que teníamos del color era muy limitado, también lo era nuestra capacidad para ligar. Y además siempre había alguna lista que para fastidiarnos se vestía de verde. A la de verde... a la de verde... la de verde no tuvo nunca ninguna posibilidad con nosotros. Es más, creo que sigue soltera.
Pero pasado el tiempo leí un poema de un grande que decía...verde que te quiero verde... y pensé que hubiera sido perfecto para intentar ligar con la de verde. Ya lo decía mi madre:
Hay que leer más.
Y creo que el interés creciente que tuvieron para mi los colores viene de esas historias de juventud, pero estábamos en clara desventaja con el sector femenino, porque a nosotros nos tuvieron media vida jugando al fútbol, corriendo detrás de un balón, con el objetivo incomprensible de meter gol, mientras las chicas perfeccionaban su mundo de colores complicados como el rojo fucsia, que todavía no sé cual es porque tuve una vida de delantero centro.
Por eso me he apuntado a un curso de pintura, ya a mis 52, porque quiero entender a las mujeres, y su mundo increíble de maravillosos colores, rojo pasión, azul violeta, ocres amarillentos.
Y lo de aprender a pintar, igual viene luego, del tirón.